¿Qué necesitamos saber para
terminar con el consumo de carne?
Dra. Alexandra Navarro
Muchas veces se habla de “terminar con el consumo de carne” teniendo en claro que es un problema multifactorial, pero sin comprender por qué, aún las personas informándose del desastre climático, del daño que se hace a otros animales, a otros seres humanos y a su propia salud, eligen seguir consumiéndola.
Es en este punto que es importante saber que el consumo de carne está arraigado muy fuerte en las representaciones sociales (RS) de las personas. Las RS son un conocimiento espontáneo e ingenuo, comúnmente llamado sentido común (a diferencia del conocimiento científico). Este conocimiento se forma a partir de nuestras experiencias y de la información que recibimos y transmitimos a través de las tradiciones, la educación y la comunicación social. Se trata de un conocimiento socialmente elaborado y compartido. Entendemos las cosas, experiencias y fenómenos a través del filtro de estas representaciones sociales.
Las RS sobre el consumo de carne son muchas, están enlazadas entre sí, cada una es más difícil de poner en cuestión que la anterior, y cada una “protege” a la antecedente. Es decir que, sin poder poner en cuestión una, no accederemos a ser críticos con otras. Podemos pensarlas como anillos concéntricos que se organizan alrededor de un núcleo, que es el más complejo de transformar.
El núcleo de nuestras RS sobre el consumo de carne se apoya primeramente en el antropocentrismo, que nos ubica como seres humanos en el centro de todo, y superiores al resto de las especies. Entonces, producto de este paradigma se estructura el especismo, que consiste en discriminar a otros seres por pertenecer a una especie distinta a la humana, permitiéndoles a estos últimos considerar admisible cualquier uso y abuso de ellos, aunque esté demostrado que sienten. Y es por el especismo que atraviesa y está legitimado en la sociedad, que está instalado el carnismo, como manera “natural” de comer. El carnismo es el sistema por el cual las personas consideran que al comer carne no están haciendo una elección, como sí aparentemente la está haciendo una persona vegetariana o una vegana. El considerar que no es una elección ayuda a invisibilizar que el carnismo es un sistema violento, ya que para comer carne es necesario matar, y que esta violencia atraviesa no sólo el momento de la muerte, sino todo el proceso que sufre cada animal hasta que le quitan la vida.
Pero el carnismo no existe por sí solo. Se legitima todo el tiempo y se actualiza gracias a la educación especista, que está presente en la educación formal y también en la informal. Es la que nos enseña desde chicos que los animales están a nuestro servicio y que voluntariamente se someten a nuestras necesidades (“darnos” leche, huevos, cuero, carne; cuando en muchas de esas oportunidades se les quita la vida para ello). Es la que nos enseña a desindividualizar a los animales (verlos como un grupo, sin mirar que en ese grupo hay seres individuales que sienten, sufren y pueden ser felices), a cosificarlos (asumirlos como objetos vivientes de los que podemos disponer), a categorizarlos en cercanos y lejanos, comestibles y no comestibles, domésticos y salvajes; y tratarlos en función de eso. La educación especista ayuda a que las personas puedan disociar la carne en su plato con el animal al que perteneció esa carne; así como disociar el cuero de sus zapatos, las plumas de sus aros, el shampoo testeado del animal que tuvo que padecer terribles sufrimientos para que ese producto esté a disposición.
La educación especista está a su vez protegida y legitimada al no ser vista como un modo posible de educar, entre otros; sino como “la” manera de comprender el mundo. Y esto se logra con prácticas cotidianas, que se asumen y refuerzan culturalmente como las correctas. Así, vemos que hay todo un contingente de macro-relatos sobre la carne y los lácteos (yo trabajé la esfera de la alimentación, pero cada esfera de la explotación animal tiene sus mecanismos de perpetuación y sostenimiento). En este sentido, alimentarse con carne (y lácteos) es percibido en general como lo normal, necesario y natural (las tres N que propone Melanie Joy en su tesis doctoral), a la cual yo le integré el concepto de “nacional”, ya que en Argentina el comer carne además tiene una carga identitaria importante que sirve muchas veces de asidero a quienes quieren seguir consumiéndola: “¿Qué será de nuestro país si no se come carne? ¡Argentina es el país de la carne! ¡de la mejor carne del mundo!”
Asimismo, además de estos macrorelatos, existen mitos (como el de que los niños tienen libre albedrío para elegir lo que comen, cuando es en realidad responsabilidad de sus padres esta decisión) e instituciones que contribuyen a la legitimación del carnismo. Entre ellas, en Argentina tenemos el sistema legal (que considera cosas y propiedades a los animales), los medios de comunicación (que ridiculizan en general todo lo vinculado al veganismo, con menor o mayor virulencia), el sistema de salud (que desaprueba el veganismo, en su arista alimentaria, como una manera saludable de comer, y lo califica como desprovisto de nutrientes básicos), y el sistema educativo superior y de nivel medio (que en su curricula perpetúan el especismo circundante en la sociedad).
Para conocer más acerca de cada uno de estos procesos (ya que han sido mencionados de manera muy general) los invito a leer la bibliografía sugerida. Informarnos es crucial para adoptar medidas que tengan un impacto real en la liberación animal. Seguir enfocándonos en estrategias que no abordan de manera concreta estas representaciones sociales, para transformarlas, sólo logrará cambios a corto plazo que finalmente no serán de peso para la metamorfosis que necesitamos como sociedad.
BIBLIOGRAFÍA
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