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Antiespecismo, género(s) y feminismos

Anahí Gabriela González

Cada vez son más profundas las cercanías entre los feminismos, los estudios de género, la teoría queer, y las perspectivas antiespecistas. En efecto, dichas apuestas teórico-practicas tienen en común su llamado a revisar y desmantelar los dispositivos de poder capacitistas, cis-heterosexistas, racistas, y antropocéntricos, que perpetúan una labor de dar muerte sobre los cuerpos animales y subhumanos.  Por ese motivo, dichas perspectivas han puesto de relieve que lo “humano” es una ficción negociable que ha delineado sus límites excluyendo múltiples formas de vida, a saber, mujeres cis y trans, personas con diversidad funcional, intersexuales, maricas, lesbianas, hombres trans, indígenas, enfermos, cuerpos racializados, empobrecidos y animales no humanos. De ahí que el interrogante por lo humano como “norma de poder” implique una revisión de las jerarquías de subordinación ejercidas contra aquellos cuerpos que no responden a su ideal normativo.

De esta manera, si uno de los ejes de la producción de lo “humano” ha sido la oposición y la frontera con lo animal, a su vez, dichos “cuerpos desechados” de la modernidad han sido pensados en límite de lo que cuenta como humano. Por ese motivo, los feminismos y la teoría queer emprendieron una deconstrucción de la noción de Hombre, mostrando que si bien el (supuesto) genérico ideal humano se presenta como el lugar de lo no-marcado, dicha categoría se encuentra paradójicamente anclada a nivel histórico. El sujeto humano ha coincidido, en su esquema ideal, con los cis-varones heterosexuales, blancos, europeos, neurotípicos y adultos; mientras otras formas de vida son situadas en un nivel ontológico inferior. Las diferencias son así producidas por su exclusión del patrón mayoritario, en una serie progresiva de taxonomización.  A su vez, si lo humano se ha revelado como una categoría atravesada por jerarquías de subordinación, lo animal ha funcionado como una instancia para indicar las experiencias de exclusión de las “mujeres” y de aquellos cuerpos que desestabilizan el binarismo de género.

Por su parte, las apuestas antiespecistas emergieron como una miríada de indagaciones sobre las estructuras de dominación que sostienen la explotación de los demás animales, señalando la existencia de normas de poder análogas a las experimentadas por otros cuerpos subordinados. En este sentido, el concepto de “interseccionalidad”, propuesto inicialmente por el Black feminism, ha promovido la necesidad de vincular el “especismo” a otras estructuras de dominación como el sexismo, el racismo, el clasismo, el capacitismo, o la homo-lesbo-transfobia. Particularmente, la conexión entre las apuestas feministas y las antiespecistas se consolidó con la publicación del libro de Carol Adams, titulado La política sexual de la carne. En él la autora presenta un enfoque feminista del veganismo basado en el argumento de que, en Occidente, sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, existe una conexión histórica y cultural entre el consumo de carne y la hegemonía masculina. Así, las sociedades occidentales han considerado el consumo de carne como un indicador de la masculinidad dominante y de superioridad intelectual, mientras que los vegetales aparecen como el alimento privilegiado de las mujeres y de los sujetos racializados; pues, en el caso de estos últimos, su consumo es asociado a su falta de "desarrollo" intelectual.

 A esto hay que agregar que, así como el dispositivo patriarcal de control reduce los cuerpos humanos gestantes (mujeres cis y varones trans) a funciones reproductivas y domésticas; también la producción permanente de los otros animales en la industria alimentaria supone un control continuo sobre las funciones reproductivas de los demás animales que han sido históricamente clasificados como “hembras”. Al respecto, Carol Adams ha denunciado la doble opresión de estas, debido a que su capacidad reproductiva es explotada para la producción de lácteos y huevos, además de ser posteriormente asesinadas para el consumo humano. Sin embargo, cuestionar el ejercicio zoopolítico de control sobre la reproducción de los animales no implica hacer de las "hembras" el sujeto del feminismo, presupuesto que sí se encuentra en el análisis de Adams. Más bien, desde un enfoque transfeminista se plantea la necesidad de establecer otras apuestas ético-políticas que no presupongan la identidad y la universalidad del sujeto “mujeres” y, por ende, la consecuente norma de la mujer cisgénero blanca, de clase media, esposa, madre, adulta, delgada y heterosexual. Dicho cuestionamiento es de vital importancia para muchas corporalidades que se encuentran marginadas del ideal normativo del feminismo, tales como transexuales, lesbianas, negras, pobres y trabajadoras sexuales. Pero no sólo eso, la cuestión también es problematizar cómo la naturalización del dimorfismo sexual y la presuposición de la heterosexualidad han sido funcionales a la normalización y la explotación de los demás animales.

En términos más generales, puede decirse que la explotación de los animales no humanos está vinculada a un sistema heterocis-patriarcal que implica un simultáneo ejercicio de control sobre los cuerpos de los animales, de las mujeres, de las personas negras, y de otros cuerpos subalternos, a fin de desplegar y sostener el privilegio masculino hegemónico (blanco, heterosexual y cisgénero). En este sentido, el especismo establece una escala de subordinación de lo viviente, que no solo legitima la dominación de los animales no humanos, sino también de los cuerpos animalizados. Podría parafrasear a la filósofa Judith Butler y señalar que hay una distribución política de los cuerpos, que va de los “cuerpos que importan”, a saber, los que responden a “las normas de lo humano”, a aquellas corporalidades que pueden ser controladas, explotadas y asesinadas. De ahí que las luchas feministas y las apuestas antiespecistas sean insurrecciones frente a los dispositivos que normalizan, administran y, en definitiva, precarizan los cuerpos.

Ahora bien, cabe señalar que dichas apuestas interseccionales se topan con algunas resistencias en el marco de los feminismos hegemónicos. Una de las principales es el antropocentrismo que ha caracterizado a buena parte del feminismo occidental. Dado que la animalización operó como legitimadora de innumerables exclusiones, las luchas de dichos cuerpos subalternos se han encaminado a la búsqueda de ser reconocidos como plenamente humanos. Por ello no es de extrañar que sus apuestas políticas se hayan resistido a virar a los cuerpos de los demás animales, a los cuerpos de aquellos que también sufren este proceso de devenir vidas precarias  al precio que sea.  Pero, si la animalización es una clave para explicar los procesos de precarización de las vidas humanas, y si, además, la vulnerabilidad es una condición que nos acomuna con los otros animales, entonces ¿por qué no otorgarles relevancia a las violencias sufridas por estos? Precisamente el desafío que nos presenta la categoría de “interseccionalidad” es pensar cómo lo humano ya es una “norma de poder” cargada de privilegios: la tesis del excepcionalismo humano ha sido funcional para la exclusión y la animalización de aquellos existentes que no se corresponden con el ideal humano. La naturalización de la muerte de los demás animales es trasladable para justificar el asesinato de aquellos otros que permanecen irreconocibles como humanos.

Finalmente, la noción de “interseccionalidad” no solo permite pensar la conexión entre opresiones, sino que habilita alianzas posibles. Al respecto, Butler ha señalado que la conexión de las vidas en base a su exposición diferencial a la precariedad es un lugar privilegiado para pensar alianzas ético-políticas. Así, ella dice que la precariedad es un término “mediador” para establecer redes entre cuerpos que lo único que tienen en común es precisamente el ser desechables. Dicho término señala la subordinación compartida por aquellos que no responden a las “normas de lo humano”, pero también puede utilizarse para dar cuenta de la situación de los demás animales. De este modo, dichas experiencias compartidas de vulnerabilidad corporal pueden encaminarse hacia encuentros éticos y políticos con los “otros” de quienes dependemos para existir. Pero mientras para Butler la tarea ética es establecer modos públicos de mirar y oír que puedan responder al “grito de lo humano” dentro de la esfera visual, desde los antiespecismos creemos que dicha tarea sólo será posible dislocando la eficacia sacrificial de lo humano sobre los demás animales, para así responder también al grito de los animales y horadar el presupuesto de la especie como marco de reconocimiento.

Bibliografía sugerida

 

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